viernes, 4 de abril de 2014

Choque de civilizaciones

Toda su vida se había sentido diferente, incapaz de involucrarse en la maquinaria social: el complejo sistema de relación con sus congéneres podía con él; siempre que intentaba meterse de lleno y salir airoso de aquella telaraña era atrapado sin dilación, devorado de nuevo por sus miedos más atroces.

Y probó en diferentes orbes, sin lograr escapar de su soledad, encerrado en sí mismo, por miedo a romperse de nuevo. Cuando oyó hablar de aquel mundo carente de vida animal, monopolizado por inquietantes pero aparentemente inofensivas estructuras vegetales, no lo dudó un momento: ése sería su lugar.

Pasaron los meses y cayó de nuevo en la más triste desolación: si luchaba por demostrarse a sí mismo una total indiferencia ante las relaciones sociales, en lo más profundo de su corazón ardía en deseos de conversar, de anhelar, de amar, de odiar. Hasta que un día, vagando por el interior de aquellas edficicaciones naturales contruidas a través de flexibles y enormes tallos enredados una pequeña criatura rebosante de vitalidad, de aspecto jovial y aparentemente hospitalario hizo acto de presencia.

Con el tiempo lograron establecer una serie de pautas que permitían una comunicación más o menos fluida. Y se sentía feliz. Todo funcionaba..únicamente debía disfrutar del momento, simplemente disfrutarlo.

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